Comenzar
con un nuevo proyecto siempre es un momento emocionante. Anoche escribí las
primeras palabras de lo que será mi
tercera novela. Después de trabajar la historia y los personajes durante los
meses, resulta gratificante sentarse frente a una página en blanco y descubrir
que las palabras brotan automáticamente, como el agua sale del grifo cuando lo
abres.
Debo
reconocer que esta fase del proceso de creación es mi preferida con diferencia,
escribir los primeros capítulos y sentar las bases y la personalidad de cada
implicado en la trama. Ver como nacen en el papel, como las palabras retratan
cada aspecto que los hace únicos y característicos. Entender cómo se aferran a
cada párrafo suplicando contar su historia, que indirectamente es la mía
propia.
Hace un
par de meses colgaba discretamente una prueba de concepto para ver cómo sonaban
las palabras puestas en boca de los personajes, para descubrir qué voz tendría
el narrador. Todo parecía encajar perfectamente, solo falta terminar de crear
el resto de piezas para componer el puzle creativo. Aun podéis leerlo aquí, A nueve dígitos de distancia,
como el que espía a través de un agujerito lo que será la nueva obra.
Para
escribir el manuscrito he decidido imponerme un ritmo de mínimo 6.000 palabras
por semana. Es un equilibrio entre escribir en el NaNoWriMo y el primer
manuscrito, del que apenas conseguí mantener aquella cifra constante durante un
par de meses cuando me puse serio.
Espero
que os guste, ya sabéis que las cosas de palacio van despacio y la segunda
novela sigue en el aire, aunque soplan vientos lejanos que pueden traer buenas
noticias. Simplemente es pronto para saber si será un huracán o quedará en una
simple brisa de verano.
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