jueves, 14 de octubre de 2010

Entre estaciones comienza la vida

Conocía aquellos pasillos de la terminal de memoria. Salí del aeropuerto sin mirar cartel alguno, de forma automática. Mi amiga me esperaba tranquila cerca de las pantallas de Llegadas, como si no hubiesen pasado cinco años.

—Bienvenido a casa —dijo mientras me daba un abrazo largo.

Paseamos hasta el coche casi en silencio. Las autopistas a la salida del aeropuerto, los edificios, la forma de conducir, todo volvía a ser familiar y a la vez tenía un toque de ajeno a mis ojos.

—¿Cómo encuentras la ciudad?

—Distinta, aunque no ha cambiado nada.

Las palabras seguían sin salir de mi boca, atrapadas en la melancolía que intentaba dejar atrás. No era la forma más rápida de llegar, aun así, me condujo a través de mi antiguo barrio.

—En ese bar solía cenar. Y aquella era la boca de metro que cogía cada mañana —a pesar de ir conduciendo, compartimos una mirada que confirmaba que no era casualidad recorrer aquellas calles en concreto—.Gracias, son tantos recuerdos los que inundan mi cabeza… es agradable.

Estaba perdido como nunca, por eso vine donde siempre me encontraba. Ésta ciudad y yo teníamos una relación bastante especial, algo que iba más allá de saber las líneas de transporte público de memoria o el nombre de cada calle y barrio. Aquella noche dormí profundamente, con el ruido de fondo de las ambulancias lejanas y rápidas que parecían mecerme.

Mi amiga se había ido a trabajar y me dejaba todo el día por delante a solas con mi ciudad y mi pena. Cuando bajé al metro sentí como si nunca me hubiese ido, como si aquellos cinco años en el extranjero no fuesen más que un sueño del que acababa de despertar, regresando a la realidad cotidiana. Por un momento, la sensación fue tan intensa que logré olvidarme de él y así acallar las lágrimas que derramaba cada noche por su abrupta marcha de mi lado, del lado de todos.

La llegada del tren me sacó de la burbuja de abstracción que había creado a mi alrededor. Podría estar perdido, pero sabía que aquí tenía un hogar que me recibía siempre con los brazos abiertos sin importar si el amor de mi vida había muerto en un accidente de coche o no, sin preguntar por la ausencia de los últimos años, sin preocuparse de nada más que de mí. Arropado en el anonimato de la muchedumbre dejé caer una última lágrima con la que comenzar una antigua vida de nuevo, sin él a mi lado.

3 comentarios:

  1. Está muy bien, la verdad (me esperaba algo más crudo, tengo que reconocerlo). Eso sí, el cambio en el uso de tiempos verbales (del presente al pasado), queda algo confuso.

    ResponderEliminar
  2. Me ha gustado mucho y en especial tu relación con las grandes urbes; las describes de una manera muy intimista.

    ResponderEliminar