viernes, 25 de junio de 2010

El síndrome de la cama de noventa

Después de quince días de vacaciones me tocaba volver al trabajo. Pasaban veinticinco minutos de la una de la madrugada cuando programaba el despertador que a la mañana siguiente sonaría una hora y media antes, comenzaba la jornada intensiva. Eso me dejaba apenas cinco horas para dormir en caso de que no malgastase ni un minuto más en recordarte. Una vuelta en la cama, dos y hasta tres. ¡Qué grande es ésta cama de noventa! Si todavía estuvieses conmigo no lo parecería. Volver a dormir entre las frías sábanas vacías en esta noche de verano no iba a ser fácil.

La ruptura fue rápida y precisa, como el corte de un bisturí que abría una brecha profunda. Salí huyendo de tu vida cuando estabas a punto de echarme de tu casa, la misma que había sido nuestra durante aquel tiempo. El viaje a Portugal se convirtió en búsqueda de un nuevo sitio donde vivir, tuve suerte. Cuando la vida golpea duro por un lado acaricia por otro.

Seguía en la cama tumbado boca arriba, con la vista clavada en el techo y los pensamientos mezclándose con los propósitos. No estaba dispuesto a sentirme culpable por algo que no había hecho mal. De reojo, me golpeó la hora que relucía en la pantalla, eran las tres y media y no era el mejor momento para echarte de menos. Hasta en la ausencia te hacías notar. La vida se tornaba caprichosa en ocasiones, como cuando nos hizo coincidir por primera vez. Algo dentro de mí me dijo que ésto no iba a ser la típica historia, y no lo fue. Por ti di más que por nadie antes y aunque sintiese que había recibido mucho menos de lo que merecía, no me arrepentía de nada, eso era de cobardes.

Cada minuto martilleaba mi cabeza imaginando el zumbido que en menos de dos horas haría levantarme. La vida seguía adelante, las calles del centro no echarían de menos nuestros paseos a la caída de la tarde. La boca del metro no recordaría nuestros continuos encuentros a los pies de su escalera.

Abandoné la cama, era inútil intentar dormir sin ti. Una ducha, un café y de nuevo en la calle, imaginándote en cada esquina. Llenaba el corazón de coraje para rellenar el vacío que dejaste. No más lágrimas ni noches en vela. Volvía a sentirme yo mismo, un poco más herido, un poco más fuerte y un poco menos… roto. Faltar de mi vida era lo mejor que me podía pasar en ese momento aunque la dependencia insana hacía ti no me dejase verlo. Tú fuiste mi droga y como tal, me destrozaste un poco cada día. Solo tenía que superar esa abstinencia y olvidar la época en la que pensé que te quería.

8 comentarios:

  1. Me gusta como escribes

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  2. No se que es mejor, si tener un único amor y nunca saber lo que es sentir en otros brazos o amar variadamente dejando pedazos del corazón en pieles pasadas.

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  3. Wow, bravo Jesse. Has empezado poniendo el listón muy alto.

    Muchos besos,
    S.

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  4. Me gusta, me alegro que vuelvas a escribir.
    Estabamos todos deseando que volvieras jeje:D.
    y tienes razón siempre echas de menos a la persona amada, cuando se va de tu lado e intentas seguir tu vida pero siempre estas pensando en ella:P

    besines y ya te leere mas jeje:D

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  5. Chico :piensa que no hay "mal" que por bién no venga..........Todo lo que pasaste te sirbe para escribir unos relatos con una cierta melancólía,que me parece deliciosa.Animo y para adelante. El dolor nos hace más sensibles y a la vez más fuertes.
    Sigue escribiéndo; me gusta leérte. UNA MADRE.

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  6. Bueno Jesse. Tengo que felicitarte. Escribes realmente bien.
    Me encanta el sentimiento que reflejas en tus palabras, denota una gran sensibilidad.
    Un beso.

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  7. Pues si, el liston esta muy alto. A ver con que nos sorprendes ahora :D

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