jueves, 24 de mayo de 2012

A nueve dígitos de distancia


Carmen miró el teléfono recitando de memoria los nueve dígitos que podían suponer una escapatoria. No sabía si al otro lado de la línea encontraría una amiga o una enemiga, ya nada importaba. Apenas pasaban unos minutos de las nueve de la noche cuando apuraba la segunda copa de vino, una para atreverse a marcar aquel número, la otra para comportarse en la conversación. El auricular chocaba con el pendiente produciendo un ruido seco y constante que la despistó hasta que el tono llenó su oído de esperanza.

—Hola —susurró en cuanto escuchó un dígame al otro lado, como un naufrago lanzando un mensaje en una botella.
—Menuda sorpresa, teniendo en cuenta los años que han pasado pensé que nunca llamarías —la voz que contestó sonaba cansada y ronca, machacada por los años de fumar cigarrillos hasta altas horas de la madrugada y beber vasos de vino en primeras citas que nunca llegaban más allá del “ya te llamaré” —. ¿Cuánto hace?
—El mes que viene, un año.

En el silencio telefónico, Carmen escuchó a su interlocutora dar una sonora calada al cigarrillo que fumaba, soltando el humo de golpe, con ansia.

—Veo que no has dejado ese hábito tan desagradable.
—De algo hay que morir, ya que por desgracia que te rompan el corazón no es suficiente.

El reloj se entrometió en la conversación, marcando la ausencia de palabras a golpe de tic-tac. Carmen enredaba sus dedos en el cable de teléfono y contaba las vueltas como si fuese un rosario. Se prometió a sí misma separar los labios y dejar salir aquellas palabras que le oprimían el pecho después de contar hasta tres. Cuando alcanzó la cuenta de doce, por fin un suspiro rompió la espera paciente de su oyente.

—Necesito salir de aquí por una temporada, desaparecer, quizás desvanecerme y volverme a componer.
—Menos mal, por un momento llegué a pensar que llamabas sólo para preguntarme por la vida.
—Mañana cogeré el tren, te llamo cuando llegue.
—Aquí te espero. Aparte de eso, ¿no hay nada más, verdad?
—No sabría decir. Supongo que no. Quizás. A veces... —Interrumpió la frase de golpe con los ojos acuosos —. Mejor espero a verte y contártelo cara a cara.
—¿Qué tal está él? —preguntó, incapaz de saber si se atrevería una vez la tuviese delante.
—Supongo que tan cabrón como siempre.

Ambas rieron al teléfono como dos viejas amigas. Por un instante, fue como si no hubiese pasado el tiempo, como si ayer mismo hubiese sido la última vez que hablaron.

—Ya te pondré al día.
—Mañana saldré a comprar vino y comida para el fin de semana, así tendremos tiempo de estar juntas, sin interrupciones. Veinte años se merecen eso y más.
—Creo que son casi treinta los que han pasado.
—Calla, no me hagas sentir más vieja de lo que soy.

Esta vez la carcajada fue mucho más discreta. Carmen colgó el teléfono, a sabiendas de que la conversación había terminado. Miró alrededor, encontrando la habitación diferente, como si la hubiesen iluminado y el techo estuviese más alto. La maleta a medio hacer seguía abierta sobre la cama, esperando las últimas cosas, y la carta de despedida para que sus hijos no se preocupasen lucía en un sobre cerrado. Ya eran mayorcitos como para no necesitarla cerca durante una temporada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario